No existe ninguna tienda de moda que se precie que no incluya en sus escaparates una buena colección de maniquíes sobre los que se disponen de manera lo más llamativa posible las novedades que se han traído a la tienda para atraer a los clientes hasta el interior del negocio.
Como norma general, los maniquíes se presentan como figuras de cuerpo entero que se pueden vestir de la cabeza a los pies, aunque existen modelos que presentan únicamente el tronco o incluso solamente la cabeza, estos últimos utilizados normalmente en joyerías para exponer pendientes y colgantes.
El montaje de un escaparate va íntimamente ligado a la composición y el uso de estos útiles elementos sirve tanto como artículos decorativos como soporte para colocar sobre ellos los productos a los que se quiere dar una mayor relevancia con el interés principal de llamar la atención para que el mayor número de personas se planteen entrar al menos a preguntar y de este modo aumentar las probabilidades de conseguir un mayor número de ventas.
Los primeros maniquíes no se utilizaban de este modo, sino que eran la herramienta sobre la cual los sastres cosían las prendas que fabricaban en sus talleres, normalmente a la medida de los clientes que acudían a sus establecimientos. Con el paso del tiempo, estos comenzaron a colocarse a la entrada de los talleres para destacar en las calles, con lo que se comenzó a usar de un modo parecido al que se conoce hoy y que tantos escaparates llenan en nuestras ciudades.