Es asombroso ver las grandes empresas que el hombre ha llevado a cabo en los últimos cientos de años. Desde la invención del fuego hasta la tecnología actual, el espíritu de curiosidad y la necesidad de conocer y adaptarse a su entorno han provocado un crecimiento espectacular. Las primeras premisas filosóficas, en las que el hombre postulaba sobre su naturaleza, fueron el comienzo de un camino que está lejos de acabar y donde las invenciones más recientes se encaminan a la exploración del universo, a la cura de enfermedades y a la satisfacción de las comodidades vitales más ambiciosas de la humanidad. La necesidad de cuestionar el origen y el sentido de la existencia nos ha llevado a ser la especie más excepcional de la naturaleza. El hombre tiene, además, una virtud que le separa del resto de animales, porque más allá incluso de su capacidad intelectual, su capacidad de transmitir el aprendizaje, mediante el conocimiento y la ciencia, a las generaciones posteriores ha servido para consolidar nuestra posición de especie dominante. La investigación en pos del descubrimiento es historia viva de nuestra raza, que ha perseguido siempre iluminar las zonas oscuras de la conciencia para dar respuestas sistematizadas a todo el abanico de cuestiones que se ha planteado el ser humano. Ahí reside el germen del método científico.
El procedimiento de aprendizaje de los conocimientos se compone de diferentes partes, cada una sirve de base a la siguiente, la cual, a su vez, cimentará unos conocimientos posteriores en lo que conocemos como evolución, que es un concepto, no solo biológico, sino también científico. El conocimiento nuevo, por supuesto, se adquiere investigando, encaminando la actividad científica a lograr un resultado claro y conciso sobre un aspecto determinado que ha despertado el interés del investigador. Este problema de origen, normalmente, supone un problema u obstáculo para el investigador, o al menos una fuente de desafío intelectual. Un ejemplo de investigador altamente motivado es el del médico que investiga enfermedades que han afectado a seres queridos o el del físico que profundiza en la rama que no alcanza a comprender. En definitiva, el objetivo de la investigación científica no es diferente que el de un ingeniero, allanar barreras y conseguir superar montañas.
Con el progreso tecnológico y científico conseguimos acercarnos a una observación más precisa para conocer el mundo real, al que le otorgamos un determinado significado a través de la observación subjetiva. Dotar de objetividad a nuestra visión parcial como observador/investigador es el “Leit Motiv” del método científico, donde se intenta sacar pautas de comportamiento a una relación de hechos que no pueden ser fortuitos.
Habrá, por tanto, método científico cuando se consigue acumular nuevas fases de conocimiento que sumar a las anteriores, siempre mediante el estudio encaminado a la constatación científica de los mecanismos que explican cualquier fenómeno natural y cuyos resultados, por precisos, no puedan ser refutables.
Hay que distinguir, para terminar esta introducción, la separación que existe entre las llamadas ciencias puras y las ciencias sociales, que matizarán nuestra forma de acercarnos al objeto de estudio y diferenciará la fiabilidad de los resultados. Se ha dicho, demasiado a menudo, que la imposibilidad de aislar y controlar todas las variables relativas al ser humano, que no pueden ser estabilizadas en un laboratorio, desvirtúa la aplicación del método científico en las ciencias sociales. Aunque esta afirmación no es literalmente cierta, si es verdad que lleva una parte de razón, pero adentrarse en la especialidad de la investigación sociológica no aportaría nada al tema que estamos tratando ahora.