Para nadie es de extrañar que un empresario –o bien, emprendedor-, es una persona que debe desarrollar un sinnúmero de características que son ajenas a la población en general, además de eso, debe cumplir con ciertos principios que le ayudarán a establecerse y erguir cualquier proyecto de su interés particular.
Emprender no es solamente establecer y administrar un negocio, sino que forma parte de la manera de interactuar y comprender la vida. Mantener una conciencia emprendedora es una de las actitudes más sublimes que puede adoptarse, ya que representará con profundidad lo implicado al acto de emprender.
El poder desarrollar esta conciencia no implica las múltiples aptitudes y habilidades que una persona posea para emprender, tampoco está focalizada en el afán, disposición o deseo que pueda dirigirte a la tarea. Mediante la conciencia emprendedora el individuo puede orientar todos los actos de su vida, no meramente los financieros.
La principal causa por la que los emprendimientos fracasan, no se debe a una carencia de conocimiento o habilidad, sino que el emprendedor asume un proyecto como algo temporal y no como una manera de vivir.
La tarea de un emprendedor no consiste en tener éxito en todo lo que hace, ya que esto derivará de un sinnúmero de fracasos que tendrá que afrontar. Los éxitos, a decir verdad, no son más que diminutos puntos frente a continuas frustraciones, reveses y derrotas.
La conciencia emprendedora te permite comprender que el papel el emprendedor tiene una responsabilidad que ninguna profesión posee, que es construir las bases fundamentales de la economía a través de la cual se sostienen las sociedades. Si no existe el emprendimiento, las naciones carecerían de los soportes para poder interactuar, sobrevivir y crecer. La mayoría de las instituciones se mantienen debido a sus innovaciones y esfuerzos creativos que son la base de su espíritu emprendedor.